domingo, 16 de agosto de 2009

Cinturones

Para muchos hombres, el cinturón es una pieza imprescindible en la vestimenta. No por moda, sino por necesidad. Y ellos no pueden pasar un puñado de horas sin su sujetador de pantalones, aunque en ese tiempo solo deban estar sentados en una silla. Peor todavía si se trata de vivir un recital de rock con los pantalones deslizándose por debajo de la cintura.
"Mujeres por acá, varones por allá", dividió durante el cacheo uno de los 220 policías destinados anteayer, por parte del municipio local, a la seguridad del recital de Callejeros, en Olavarría. "Sacate el cinturón y tiralo en ese contenedor". Adentro ya nadaban centeneras de cintos con destino incierto. Tal vez la basura, tal vez una posterior reventa. Lo mismo que las hebillas de las chicas, cuyos pelos volaron por los fríos aires olavarrienses. Como si la seguridad de un recital dependiese de detalles menores como esos. Así funcionan las cosas en este país: el sol se tapa detrás de un cinturón y mientras, a 30 kilómetros de la ciudad anfitriona, personal de infantería controla un peaje ante la posibilidad que "los inadaptados" del rock provoquen desmanes que nunca llegan. Mientras, los delitos viven a diario ante sus ojos.
Desde aquel 29 de diciembre de 2004, la víspera de la mayor tragedia de la historia argentina, hasta el sábado que pasó, este cuerpo no había vuelto a encontrarse con el grupo Callejeros. No era un recital más: el veredicto por el juicio de Cromañón está ahí, a la vuelta de la esquina. Resultaba, para las casi 15.000 personas asistentes, un cocktail de emociones mezcladas entre alegría y dolor.
Entre aquella vez y esta han cambiado muchas cosas. Se percibe un mayor promedio de edad entre la gente. Se han pasado adolescencias, se han perdido cinturones, se han licuado alegrías, se han desbarrancado amores. Musicalmente, a quien le gusta Callejeros, encontrará lo de siempre: una banda que se las ingenia musicalmente pero que su fuerte son, sin dudas, las letras de su líder, Patricio Santos Fontanet. En los sentimientos, el final del show encuentra a los integrantes del grupo de una manera distinta a cualquier otra situación similar: se abrazan más intensamente, y saludan a su gente sin las sonrisas habituales. Se huele que su procesión va por dentro.
La gente, grandes, medianos y chicos, responden con un grito: "Inocentes-Inocentes". Y agrega: "Ni las bengalas, ni el rock and roll, a esos pibes los mató la corrupción". Es obvio que hay parcialidad en ese aullido nacido en sus visceras. Tan obvio como que esas casi 15.000 almas no creen en la Justicia argentina. Como tampoco creen en esa policía que les quitó los cinturones por "razones de seguridad". Y menos en un sistema que, desde siempre, los obliga a rockear con los pantalones bajos.

3 comentarios:

  1. La mezcla de emociones se transmite en lo que decís. Te felicito por el respeto y emoción con que escribiste.

    Por mi profesión, yo creo en la Justicia. Aunque también tengo claro que muchas veces se contamina, y es entendible que muchos la miren con recelo.

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  2. es un tema duro y difícil de explicar para todos aquellos que han perdido su ser querido en ese momento,en ese lugar y con esa banda

    no hay consuelo
    y siempre se busca un culpable

    lo que más rescato de tu post es la intensidad de tu "mirar"

    impecable

    Un abrazo♥

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  3. Wowwwww...

    se me puso la piel de gallina, en serio...
    Te felicito...


    ehh, no tengo muchas palabras ahora...

    Pero, la verdad que nunca me atrajo musicalmente callejeros y no voy a emitir mi voto sobre e que porcentaje son o no inocentes, pero lo que voy a decir, es que lamento muchísimo el quilombo en el que los metió una clase política sedienta de poder y regalías de la corrupción

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