viernes, 4 de septiembre de 2009

RG 7: Mami

-¡Qué linda pintura, hija! ¿Qué es?
-Un espíritu, mami. Atrapé un espíritu de la casa. Es una viejita. ¿No la ves?
La tela mostraba una intensidad de colores llamativa. Desde que se mudaron al nuevo departamento, era el primer cuadro que pintaba la pequeña artista de 13 años. Y esos colores nacidos de su pincel explotaban en la tela como nunca antes lo había con otra creación. Había intensidad. Y misterio...
Mami siempre creyó en espíritus. Papi no. Mami decía que sentía muertos andar por la nueva casa. Papi no. Mami sufría por eso. Papi no. Mami ya había perdido su pasaje hacia el cielo. Papi no. Mami no podía mirarse al espejo por la culpa. Papi sí.
Mami y papi estaban, desde hace varios años, en un matrimonio que funcionaba en piloto automático. Menos que eso: ni siquiera quedaba la mínima llama del incendio de amor que alguna vez tuvieron. Y habían entrado en un juego peligroso de odios y disputas.
"Cerrá la puerta del armario, por favor". "¿Qué? ¿Por qué? No, nena, a mí me gusta tenerla abierta". "Te pido por favor, de ahí salen muertos", rogó ella, temerosa, con los ojos vidriosos. Los vecinos del edificio escucharon la risotada de papi. "¡Entonces la abro más!", dijo manteniendo la risa, mientras ella tomaba su almohada y corría rumbo al sofá cama del comedor.
Lo que siguió fue un plan ajedrecísticamente maquiavélico. Un sistema de poleas e hilos casi imperceptibles hacía que los armarios se abriesen ante un ruido fuerte. Como, por ejemplo, el de la puerta de entrada cerrándose. Entonces, cuando alguien entraba, el departamento era una sucesión de roperos que abrían sus fauces para el nuevo invitado.
La primera vez que Mami lo vio, se desmayó. La segunda, también. No dijo una palabra. Recién en la tercera logró quedar en pie, y preguntó: "¿Qué mierda pasa acá?". "Serán los espíritus, como la viejita que atrapé, mami". "Nos mudamos ya". "Ni loco".
Una semana, dos semanas, tres semanas aguantó Mami. Ya no eran sólo puertas. Del piso de arriba, en alquiler, se escuchaban ruidos extraños por la noche. "Escuchas eso, boludo?". "Sí, mejor, me siento acompañado cuando duermo. Los espíritus me cuidan".
Cuando Mami abrió una canilla y vio un líquido rojo, no aguantó más. Destrozó la casa a martillazos, con especial furia hacia el cuadro del espíritu. Golpeó paredes y vidrios. Sangró. Y, en estado de shock, salió corriendo a la calle y cruzó la Avenida sin mirar...
El portero cobró varios pesos por los ruidos en el piso de arriba. El plomero por la adulteración de la canilla con tempera. La hija sigue pintando. Pero ahora embellece sus telas con unos paisajes robados de algún cuento de hadas...

3 comentarios:

  1. La culpa es muy mala consejera, siempre nos termina jugando malas pasadas...

    ResponderEliminar
  2. Que cosas oscuras tiene la mami en su alma q no le permite ver mas allá de la culpa.

    Muy bueno el cuento y me gusto lo macabro del papi.

    ResponderEliminar
  3. Mami mato a la suegra?

    mmm... a mi me dan miedito estos cuentos...igual fue sutil...

    Abrazo!!!

    ResponderEliminar