viernes, 2 de octubre de 2009

Rg 11: Keith, Mick y la chica Stone

Ese riff de guitarra siempre lo conmovió. Para bien o para mal. De chiquito, por influencia paterna, bailoteaba cuando escuchaba en los parlantes de turno que Keith agitaba las seis cuerdas con esa magia única, inconfundible, irrepetible.
Lará lará... Lará lará la la... No es fácil explicar ese sonido en letras. Tontas letras. Keith seguía sacándole chispas a su guitarra y de golpe, Mick, con más magia todavía, cantaba: "If you start me up... If you start me up I'll never stop".
Nunca fue un fanático de los Stones de esos que tienen del primer al último CD, o saben el día de cumpleaños de Charlie Watts. Pero esa canción, ese riff, lo cautivó siempre: de pantalones cortos con las rodillas manchadas de tierra de fútbo callejero, de adolescente con hormonas agitadas, de joven con aires revolucionarios, y de grandecito seducido por ciertas tentaciones de la vida burguesa que nadie puede esquivar... Bueno, casi nadie...
Ese riff había sonado cuatro veces aquella noche. Perdón, cinco. Ese riff anunciaba la llegada de un nuevo mensaje al celular maldito. Ese riff sonaba acompañado del sonido de uno tacos hasta alcanzar el teléfono, coronado con una sonrisita más nefasta que pícara. Ahí descubrió que ese riff que amaba de niño también podía partirle el corazón. Ahí descubrió una de las verdades más crueles que esconde la vida. Supo que hay sonrisas bellas, contagiosas y sanas, y también las hay repulsivas, indignas y enfermizas.
Esa noche amenzaba con ser de las peores de su vida, con un claro pronóstico de triste borrachera en el horizonte. Arrastraba una mochila con 1 kilo de nostalgia, 2 de melancolía, 3 de impotencia, 4 de incomprensión y 10 de bronca. La ciudad era un horno: 30 grados a la medianoche. El cielo no mostraba ni una nube, aunque él las veía todas. Sus pies caminaron sin más destino que el próximo paso. Esa es una señal de alarma desesperada: cuando sólo se sabe que después de la zapatilla izquierda viene la derecha y no hay más que eso. Que la esquina más cercana parece la estrella más lejana. Que el cordón de la vereda es el límite entre la nada y el todo. Y que los minutos son látigos que azotan el reloj sin ningún sentido.
Las zapatillas frenaron en ese pub que escupía vapor y una canción que apenas se escuchaba desde la puerta. Robert Plant aullaba: "Its been a long time since I rock and rolled". Llamado del destino, impulso, o simplemente la necesidad de que alguien le grite al oído algo que quisiera escuchar, aunque ese alguien habite en un parlante. Todo eso y todo aquello a la vez. "Quince pesos la entrada, flaco, con una cerveza incluida". "Tomá veinte, quedate con el vuelto".
Al primer sorbo supo que la cerveza era de las peores que había probado en su vida. Pero le duró menos que ninguna. "Otra", exclamó. Le duró lo mismo. Menos. "Gin tonic", varió. Pasó LA Woman, siguió Revolution, llegó Humo sobre el agua, sonó Pride, se escuchó My Generation... Y sí, la madrugada le sacó la lengua y sacudió el riff. Mezcla de milagro y de maldición, es la vida cuando llega a morder.
Lloró. Incontenible. Sintió vergüenza de no sentir vergüenza. Con los ojos nublados, le fue imposible distinguir quien le decía: "¡Qué loco sos, chabón! Yo también me emociono de alegría con esta canción. ¿Bailamos?". "No sé bailar". "Dejate de joder. Es música. Son los Stones. Hacé lo que sientas. Siempre. Siempre..."
If you start me up... If you start me up I'll never stop...

3 comentarios:

  1. Uno encuentra su complementario en los lugares menos pensados?

    Me gustó mucho este RG!

    Besos

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  2. Escrito impresionante Caballero.

    saludos, y buen fin de semana.

    Ah! Yo a veces también sufro la sinverguencidad.

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