viernes, 19 de marzo de 2010

Agua

Dos días después del episodio glucosa, dos pisos más arriba del laboratorio, allí sentados en la sala de espera del espacio multiconsultorios, sonrientes, a mitad de camino de la relajación y del pico de strés, estaban ellos. La señora rubia y su esposa, el que según ella dice pavadas.
"¡Hola!", saludó ella, gentil, chusma y curiosa. Al fugaz intercambio de palabras y el dato que su glucosa subió a 167 después del cigarrilo en la puerta del hospital, le siguió el número para ser atendidos en recepción. "Vacunación es allá al fondo", guió la recepcionista calificada como "muy buena" por ser capaz de troca run billete de dos pesos por un par de monedas.
La espera fue interrumpida por el esposo, que se acercó intrigado al escuchar que la anécdota glucosa había sido desarrollada en este espacio. Y luego, realizó un monólogo sin interrupciones más que para pispear, cada dos segundos, si su esposa seguía sentada en el mismo lugar: "Trabajo en Aysa. Lo que antes era Obras Santiarias y después Aguas Argentinas. Estoy en saneamiento. Es muy importante, una ingeniería. La gente abre la canilla y apreta el botón y no sabe que hay detrás. Con perdón de la expresión, es como cuando alguien le cierran el esfinter. ¿Qué pasa? Bueno, imaginate que pasaría si se cerrasen los desagües cloacales. Por eso cuando me llega la boleta del agua tan barata y la del cable tan cara me amargo. ¿Cómo puede ser?".
En ese momento sonó su celular. La melodía era la del Mundial de 1978. La instrumental, no la cantada. "¿La reconocés?", preguntó antes de atender. Habló, miró a su esposa que le hacía una seña, saludó y se fue con su estilo de caminar particular, simpáticamente eléctrico. La señora que estaba sentada justo al lado y que esperaba su turno para pediatría con su hija y su nieto, sonrió y puso cara de "que personaje". La enfermera gritó: "Turno nueve para vacunación". Era hora.

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