lunes, 15 de marzo de 2010

RG 24: Silvia

"Y tuve que cerrar el kiosquito. Desde entonces, la vida me va pasando".
Silvia vivió varias décadas y no sabe cuanto más le queda. Tal vez lustros, quizás años, o quien sabe si sólo meses. Tiene la sonrisa fácil, la voz pausada y la resignación encastrada en la mirada. Es de esas personas que no vive: sobrevive. Las hojas de su almanaque vuelan sin resistirse ante la menor brisa. Revolotean sin intensidad por las calles de Caballito y Paternal. Y pasan, una tras otra, sin dejar ninguna estela en su huella.
Tres hijos varones que van y vienen y un marido con problemas de salud son la resaca que le queda de aquellos viejos buenos tiempos familiares. Su película está lejos de la comedia, aunque no entrega escenas de dramas de esos que llenan páginas y páginas del diario de hoy. Simplemente se va consumiendo. Sencillamente, su llama interior está daltónica de los colores vivos y sólo entrega matices en el tono de los grises. A veces claros, muchas oscuros.
"Desde ese día que bajé la persiana...", recuerda con la meláncolía instalada para siempre en su esqueleto. Tiene fecha de origen ese sentimiento. No se trata de un día establecido con mes y año marcado con rojo en el calendario rancio. Se trata deuna jornada marcada con rojo en el alma marchita en el ejercicio de retroceder al pasado y volver al hoy con las migajas del pan saborizado con felicidad.
Ese día, Silvia sabía que ese kiosquito ya no tenía sentido. Vendía caramelos y chocolates, pero era en realidad se trataba del refugio de las almas. Allí iban los varones enfundados en sus manchados guardapolvos ya no tan blancos a pasar la tarde con mamá. La vida los reunía alrededor de los Sugus, de los Jack, o los Bazooka. Esperaban las Navidades con la mesa afuera, en la vereda, vendiendo los fuegos artificiales que un par de décadas atrás apenas si estallaban.
Es que eran otros tiempos. Otra vida para todos. Otra realidad para Silvia. Hoy alquila su casita en Mar de Ajó los veranos y con eso suma algún pesito más a sus ingresos por cuidar viejitos. Extraña a sus hijos de guardapolvos blancos que son estos hombres obligaciones varias. Ayuda a su marido a sobrellevar con entereza una enfermedad de esas que golpean duro y parejo. Dice y repite, como un lema, que hace lo que hace mientras "la vida le va pasando".
Y así, mientra la cuenta regresiva le suma días aromatizados con gusto a poco, muy poco, Silvia convive con la última adquisición en el mercado de las cosas que nunca quiso comprar: una paralisis facial. "Y bueno, habrá que seguir un poco más...". En la vuelta de la esquina la espera un día más. Un día menos.

3 comentarios:

  1. Me quedé con esto:
    No se trata de un día establecido con mes y año marcado con rojo en el calendario rancio..
    Se trata de una jornada marcada con rojo en el alma marchita en el ejercicio de retroceder al pasado y volver al hoy con las migajas del pan saborizado con felicidad.

    Que la Vida no nos vaya pasando... increible frase... increible que aveces sea real!
    Me emocione Caballero!

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  2. "Y bueno, habrá que seguir un poco más..."

    con eso me quedo yo Caballero...
    como decia un ser muy pero muy sensible, "Hay tantas historias de vida, como gente en el mundo"

    Beso

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  3. Qué duro... a la vuelta de la esquina siempre está la cuenta regresiva, como vivirla siempre termina siendo una cuestión de actitud, de hacer que nosotros pasemos por la vida, y no que la vida nos vaya pasando.

    Besos

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