jueves, 8 de abril de 2010

Sinay

En este espacio rara vez se reproducen textos ajenos. Por sugerencia de una voz amiga, se recuerda un cuento de Eduardo Galeano repoducido en este blog. Aquí va la segunda excepción a la regla. Un escrito de Sergio Sinay publicado en la revista dominical del diario La Nacion. Comienza con una pregunta de un lector y sigue el desarrollo del autor con conceptos muy claros e interesantes. Se titula: "En el lugar del herido". Ojalá quien esté del otro lado del monitor lo disfrute tanto como lo disfrutó quien respira de este lado.

Señor Sinay: Hay situaciones en las que el perdón se confunde con justicia. Es decir, ante hechos aberrantes cometidos por personas, como el abuso sexual, hay quienes aducen que hay que perdonar y olvidar lo que pasó. Otros, como yo, aspiramos a la justicia por esos hechos. Por eso, nos dicen que no tenemos capacidad de perdonar. ¿Se puede hacer justicia y perdonar a la vez? ¿O si se perdona no se puede hacer justicia? Hugo Quintana (33 años).

"Las relaciones entre olvido y perdón son sensibles y complejas. ¿Es el mismo el perdón que se pide y el que se da? ¿Es justo que quien ha sido ofendido, lastimado o humillado no vea reparado su dolor y que quien ofendió, humilló o lastimó no cumpla con esa reparación? ¿Es siempre posible reparar? Hay heridas de tal profundidad que el dañado sólo puede perdonar si logra convencerse de que no existieron. Es decir, si consigue negar parte de su propia historia y condición. El simple hecho de pedir perdón no es suficiente si no hay acciones reparadoras. Pero un acto no es reparador según el juicio del ofensor, sino según el sentimiento del ofendido. Por otra parte, olvido y perdón no son sinónimos. Y si se confunde olvido con pérdida de la memoria no habrá reparación. Como suele repetir la psicoterapeuta y escritora Elisabeth Lukas ( Una vida fascinante, Psicoterapia en dignidad ), quien perdona y olvida, olvida lo que perdona. En este caso, no hay procesos de transformación ni aprendizajes".
"Muchas veces, la invocación al perdón opera en favor de los ofensores. Esto es riesgoso, ya que en las interacciones humanas abundan las heridas provocadas por falta de respeto, manipulación, avasallamiento, egoísmo, perversión, corrupción, especulación. Son muchas y constantes, tantas como para que los ofensores constituyan una masa crítica considerable, inclinada a presionar en favor de las "bondades" del perdón. Pero el perdón no es una abstracción. Cuando se pregona indiscriminadamente -"hay que perdonar"-, se le quita contenido a ese valor. Perdonar se convierte así en un hecho mecánico y automático. Si no se acata la consigna, el lastimado corre riesgo de ser considerado ahora como el nuevo ofensor, y el ofensor pasa a ser el ofendido. Con esto sólo se consigue agregarle resentimiento y confusión al dolor".
"Por todas estas cuestiones conviene, desde mi punto de vista, ponderar el otro factor que convoca nuestro amigo Hugo: la justicia. El perdón, en muchos casos flagrantes y dolorosos, no reemplaza a la justicia, no puede hacerlo. La presencia de la justicia, en cambio, no hará de por sí que el ofendido olvide lo inolvidable, pero puede contribuir a que donde está la herida empiece a formarse una cicatriz y advenga algo de calma. Hacer justicia y perdonar no son acciones vinculantes. Hacer justicia ayuda a crear una sociedad confiable, en la que los hechos aberrantes no estarán ausentes, pero habrá sanción y reparación. Esto vale también para el orden íntimo y privado".
"El perdón no surge por decreto ni por mandato. Nace de profundos movimientos que se dan en un lugar tan sagrado, inviolable y misterioso como es el fondo del corazón humano. Quien perdona por obligación, por temor a no ser querido o a ser excluido o criticado, quien perdona por conveniencia o por miedo, quien perdona porque "debe" hacerlo, no perdona. Cambia el nombre y la dirección de su dolor, quizá lo convierta en resentimiento, acaso lo dirija a lugares o personas indebidas o hacia sí mismo, enfermándose psíquica, física, emocional o espiritualmente".
"A todo esto, es curioso que en las discusiones acerca de olvido y perdón se ponga más el acento en el ofendido que en el ofensor. Es éste quien debe una reparación. A veces esta es imposible, pero eso no quita la obligación moral de intentarla. Es el ofensor quien debe reconocer (si es posible, ante el lastimado) su acción y las consecuencias de esta. Es quien debe costear la situación y prometer (promesa que deberá sostener con acciones) que la herida no se repetirá. La respuesta del ofendido dependerá de lo añejo y profundo de su lastimadura y de la justicia y empatía con que haya sido atendida. "El perdón -dice André Comte-Sponville en su Diccionario filosófico - no es la absolución que suprimiría o borraría la culpa, cosa que nadie puede. No es el olvido, que sería infiel e imprudente." Así como esta página se abre con preguntas, resulta imposible, en este tema, cerrarla con certezas. La prioridad es ponerse en el lugar del lastimado. Y hablar desde ahí".

2 comentarios:

  1. me gusto mucho... gracias por la insistencia...

    Tema importante el del texto... ahora que lo "leo" noto que me identifico con varios fragmentos y conceptos...

    Como siempre me pasa con tu blog hay algo que me queda resonando, si bien no es de tu autoría, este post no fue la excepción: "quien perdona y olvida, olvida lo que perdona"... totalmente de acuerdo!

    beso

    ResponderEliminar
  2. El análisis de Sinay es totalmente removedor, como bien dijo Nadita, es posible identificarse con varios pasajes.

    Hay un punto que también me parece importante en la cuestión. Por qué socialmente se entiende que todo debe ser perdonado? Para vivir en paz olvidando? Es mejor vivir en paz recordando, aprendiendo, entendiendo, y si cabe la posibilidad, perdonando. Pero nunca perdonando por lástima, porque de esa forma el perdón no otorga justicia ni perdón, en definitiva, no es nada.

    Besos

    ResponderEliminar