sábado, 9 de junio de 2012

HdP 11: Sensación térmica

Era una noche de enero. La ciudad, pegajosa, insoportable, transpiraba en cada una de sus esquinas. Sus cuerpos goteantes se encontraron en el asado del cumpleaños del cuñado de ella y amigo de él. Tras las presentaciones de rigor, imposible romper el hielo de otra manera que no sea hablando del tiempo. Hasta que José lanzó la frase que abrió la puerta de la controversia.
-Igual, yo prefiero esta noche de 30 grados antes que una de 5. Toda la vida. No hay comparación posible.
-¿Qué? No, horrible. Esto se sufre, el invierno se disfruta.
-¿Qué? Mirá, el verano te renueva. Te dan ganas de salir a la calle, de cerveza, de helado, de vivir la vida. Pensás en amaneceres cálidos en la playa y en atardeceres rojos en los parques. Ves musculosas y minifaldas. Te revolotean las hormonas en el aire, porque según estadísticas, en verano se coge mucho más porque hay menos ropa y entonces crece el deseo. El verano nos pone calientes.
Para ella estaba todo dicho y todo callado. "Si tenés con quien", pensó para sus adentros. Igual, era demasiado discurso prefabricado para defender lo indefendible. Agua y aceite. Hielo y carbón.
"¿Te gustó Josecito?", le preguntó al otro día su hermana por mensajito. "Un calentón pelotudo", contestó ella. "Demasiado superflua. No demostró nada. Una fría", le respondía él a la misma pregunta de su amigo cumpleañero.
Era una noche de junio. La ciudad, vacía e intolerable, tiritaba en su cemento gris metalizado. Sus cuerpos emponchados se volvieron a topar en el cumpleaños de la hermana. Esta vez no hizo falta la presentación de rigor. "Ah, sí, me acuerdo, ¿cómo te va?”, dijo él desganado, con los dedos entumecidos y el entusiasmo congelado. La respuesta abrió de nuevo, de par en par, la puerta de la controversia.
-Bien, bien. Hoy me toca a mí: te aseguro que estos 5 grados son mucho mejor que tus asquerosos 30.
-Estás loca, nena.
-El invierno te energiza por dentro. Te dan ganas de disfrutar de tu casa, de libros, de películas en la cama. Del café y sus olores, del rojo de las estufas, del perfume limpio y puro de los cuerpos sin transpiración. Y las hormonas que revolotean en el aire son puras. Porque nada de coger, en invierno se hace el amor. Los cuerpos se desnudan con arte y pasión. Y, después del frenesí, nada mejor que dormir entrelazados.
-Si tenés con quien, contestó Josecito con mirada fría y corazón bajo cero, ausente de todo termómetro desde hace meses.
Ella escuchó esas cuatro palabras. También las miles que siguieron hasta el otoño siguiente, cuando sólamente hizo falta pronunciar dos: "Sí, quiero", dijeron al unísono con la sensación térmica por las nubes. Afuera, abril les regalaba 20 grados para conformar a ambos.
Por negocios, la vida les puso una encrucijada en el camino: "Vamos allá, dale. Sí todo va bien, en unos años ganamos mucho dinero y nos volvemos a vivir una vida más relajada. No importa el frío, yo te abrigo y compramos la mejor estufa del universo. Y me tenés a mí, que te voy a dar calor en cada segundo de tu vida. Seré el mejor calefactor humano porque seré tuya para siempre".
Allá era Usuhaia, donde vivieron felices tres años, hasta que se quedaron sin gas, la estufa calentó menos y el termómetro interno daba sensación térmica cada vez menor. Para conformar a él, eligieron Brasil para unas vacaciones distintas. Ella, para conformarse, a la vuelta pidió el divorcio con una frase más hiriente que una puñalada: "No me calentás más". Las palabras lastiman hasta helar las venas.
Esa herida le sangró por años y años. Un lustro después, tras el retorno a la gran ciudad, dos fracasos de noviazgos y aventuras varias con mucha pena y poco gloria, ellá le mandó un mensaje por mail. Llevaban tres inviernos sin noticias uno del otro. "Hola, José. Hola, mi amor. Espero que estés bien. Sabés, te extraño. Nunca dejé de pensar en vos. Sos el amor de mi vida, me equivoqué. Me di cuenta que todavía tengo tu calor dentro mío. Tus besos, tus olores, tu sexo. Tu alma. Llamame, dale. Quiero volver allá, con vos, juntos, como siempre tuvimos que estar".
Esa noche de agosto, soplaba el último viento del invierno. Los copos de nieve eran del blanco más blanco que ningún pintor pudo pintar. El vino tenía el sabor perfecto. Y cada letra del libro elegido era un estímulo para el alma. "Hola. ¿Sabés que aprendí a enamorarme de tu invierno? Es más: ahora manejo mejor mi temperatura corporal ante los golpes de la vida. Afuera pueden hacer diez bajo cero, pero lo que importa es la sensación térmica interna, ¿no? Perdón, pero mi fuego se apagó y me quedó el corazón congelado. Tus recuerdos son hielo puro. Josecito. PD: No sé como andará tu estufa, pero abrigate que hace frío".

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