lunes, 11 de junio de 2012

HdP 12: Nunca y siempre

Le dio su palabra y le juro por el Dios en el que ella sí creía. "Nunca te voy a olvidar. Nunca", le aseguró mirándolo fijo con sus ojos intensamente marrones. Y lo lloró un día, una semana. Un mes, dos, o tal vez tres. Quizá más, en una de esas menos. El tiempo no es una medida exacta cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas.
Le dio su palabra: "No importa el final, ni los principios que vengan. Vas a ser siempre el hombre más importante de mi vida. Siempre", prosiguió con la mirada empapada pero, mágicamente, con un marrón todavía más intenso. Pero se sabe que cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas, siempre es nunca. Porque en la vida, nunca es siempre.
Diez años pasaron. Algunos pelos menos, algunos kilos más. Dos chicos con camisetas furiosamente rojas juegan al fútbol en la vereda. Un pelotazo se va lejos, muy lejos. Tanto que cruza a la calle. El mayor de los gurrumines sigue de largo sin mirar quien, donde ni cuando. El auto apenas alcanza a frenar. Apenas. El pequeñito cuerpo quedó a milímetros del paragolpes.
"¿Estás bien, nene?". "Sí señor", contesta con su tesoro redondo en la mano. Pica la pelota y, como si nada, vuelve a jugar con su hermano. "¡Ey, espera! Tomá un chupetín para vos y otro para él... ¿Cómo se llaman?". "Yo Juan y mi hermanito Manuel. Chau señor", le dijo y, como despedida, le clavó una mirada intensamente marrón.
El padre, testigo mudo de la escena, lanza un abrazo emocionado. "Gracias, soy Daniel, el padre de los chicos. Te estaré eternamente agradecido por tus reflejos". Otro abrazo, este más fuerte que el anterior. "Soy Juan Manuel, nada que agradecer". "¡Cómo los chicos! Los nombres los eligió la madre, cosa de minas, viste". "Sí, cosa de minas, entiendo. Y te digo: yo también soy fanático de Independiente". "Otra exigencia femenina, viste".
La madre, testigo de la escena, apenas con un hilito de voz, concluye toda posibilidad de diálogo. "Vamos Dani", lanza a modo de orden mientras llora desconsoladamente. Clava sus ojos inmensamente marrones en los del conductor por un milésima de segundo. O tal vez un poquitín más. Ocurre que el tiempo no es una medida exacta cuando se trata de amor, olvido y otras yerbas.
"No te conozco, pero gracias". Se da media vuelta y se va. Corre y abraza a Juan y a Manuel. Parece un pulpo. "Se debe haber asustado. Cosa de minas, viste. Los chicos son la luz de sus ojos. Bueno, Juan Manuel, gracias de nuevo. Nunca te voy a olvidar. Nunca".

5 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Me encantó. Qué hermoso relato.

    PD: Vos, sos vos, pero voz, sonido del habla, va con Z. Andá a saber en qué "tú" estabas pensando..

    ResponderEliminar
  3. Muy buen relato... me imaginé toda la escena en mi cabeza. Excelente.
    PD: Gracias por el mail y que te hayan gustado mis textos (:
    Un be.

    ResponderEliminar
  4. Un placer saludarlo, una delicia leerlo!

    Saludos de agua desde mi playa que lo espera...

    ResponderEliminar