martes, 4 de junio de 2013

Cuentos puros: Suerte



“Boluda, no tengo suerte con los hombres”. Antes de terminar la frase ya tenía el vaso de whisky en la mano. A la “s” de hombres le siguió el último sorbo de la tercera medida. Antes de evitar la lágrima inevitable, ya había pedido el cuarto.
Saboreaba el alcohol con sus labios de fino rouge, mientras sus anteojos se humedecían con pequeñas gotas vertidas del mar de sus ojos. Y repetía: “No tengo suerte”. Ni el discurso de siempre ni los consejos habituales le llegaban al corazón. Nada. Será por aquello que el corazón es ciego cuando no quiere ver, y sordo cuando no quiere escuchar. Pero una frase le quedó repiqueteando en la cabeza: “Hace poco leí una frase que tal vez te ayude: ‘La suerte la fabricás vos”. Tal vez sea así. Tal vez…”.
Los días siguieron como tienen que seguir: uno a uno, sin pausa, sin ritmo. Sin cambios. Y pasaron las semanas, con más o menos sol. Más o menos lluvia. Más o menos cielo para escapar. Más o menos whiskys, también para escapar. La rutina no se descarrilaba de su eje: trabajo, estudio, música, alcohol, puñaditos de trastornos compulsivos y algún chongo incompatible que le chupaba sus grandes tetas los fines de semana.
“No tengo suerte”, se repetía en ese viaje en subte de lunes inhabitable, calcado a todos los lunes. Atrás habían quedado un sábado y un domingo rápidamente olvidables. Atrás. Ahora, la vista clavada en nada con los anteojos apuntando al techo. Y una publicidad que leyó mil veces sin prestar atención ni siquiera una puta vez: “¿Y si el amor de tu vida está en el próximo vagón?”.
Por un segundo pensó en hacerle caso al cartel y cambiar de vagón. Pero inmediatamente se dio cuenta que su viaje transcurriría de vagón en vagón. Este lunes, el siguiente martes, cada miércoles, los venideros jueves y todos los viernes de su vida.
Entre divague y divague, mientras sonreía pensando en preguntarle a cada pasajero si era el amor de su vida, las fuerzas de una noche de esperanzas ahogadas en alcohol la vencieron. Cerró los ojos que se escondieron detrás del cristal. Como siempre. Y así, dormida y con ojos vencidos, llegó a la última estación. Se despertó con la voz del guarda a los gritos: “Terminal”. Y un papelito sobre su falda que decía: “Sos muy linda, ¿sabés? Te quise hablar pero te quedaste dormida. Tal vez hubieras sido el amor de mi vida. O yo el tuyo. Quien sabe… No tuvimos suerte”.

5 comentarios:

  1. me encantooo!! Y te digo que me senti bastaaante identificada.
    Saludos!

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  2. Me gusto demasiado este texto.
    Saludos, suerte.

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  3. tenías razón.... nvos horizontes... me gustó mucho.

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  4. pasé pasé!
    silenciosa y sin comentar.
    me gustó todo che,
    pero muy especialmente este!
    también escribís lindo
    felicitaciones!

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