domingo, 28 de julio de 2013

Cuentos puros: Diego

Roberto Baggio acaba de errar el último penal para Italia. “No hay suerte en los penales. Vos sabés que no hay suerte. Y siempre ganan los brasileños. Siempre. De la forma que sea. Son los mejores”. Mezcla de admiración y resignación, Diego lanza al aire la frase que no busca ser escuchada. Es como un axioma de vida.
Brasil gana su cuarto Mundial de fútbol. “Vos sabés lo que pienso. Esto de la suerte, el destino y esas boludeces no existe. Uno fabrica su propia suerte”, repite Diego, de nuevo sin buscar ninguna clase de interlocutor. “Dale pibe, deja de hacerte mala sangre por los brasileños. Mañana al mediodía hablamos. Te llamo. Tengo que decirte algo…”.
Buenos Aires amaneció fría, gris, y con una extraña música de sirenas de fondo. Como si fuese un concierto de sirenas que no paraban de sonar. Aquella charla quedó pendiente. Ni ese mediodía, ni el siguiente, ni el siguiente. Diego vivió más mediodías…
Eran las 10 y monedas. El teléfono sonó en piso ocho del edificio de la calle Pasteur. “Hijo, es Gustavo. ¿Por qué no vas a hablar al comedor que vas a estar más cómodo? La pieza estaba en el fondo del departamento. El comedor daba al balcón donde tantas veces el sol entraba sin pedir permiso. Pero esa mañana la que sin pedir permiso entró fue la muerte.
Segundos después de la explosión, Diego yacía en el piso. Su cuerpo, por fuera, estaba intacto. Sólo un pequeño hilito de sangre le caía por la boca. Pero por dentro, varios de sus órganos habían estallado.
Si la llamada hubiese sido un minuto antes o un minuto después… Si la charla hubiese sido en su pieza y no en el comedor… Si tardaba más en atender… Si tan sólo podría haber escuchado la propuesta del mediodía siguiente: “¿Querés ser el padrino de mi primer hijo?”. Ocho palabras que quedaron atragantadas para toda la eternidad.
“Vos sabés lo que pienso. Esto de la suerte, el destino y esas boludeces no existe. Uno fabrica su propia suerte”. Brasil ganó el Mundial de fútbol de 1994. Por penales. Suerte. Destino. La vida…

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